Antes de la debacle –sí, lo sé, soy dramática, trágica, teatrera, coplera… ¿y? - de la semana que viene en la que este país pasará a ser oficial, y oficiosamente, de derechas, porque ser ya lo era pero ahora más, ahora con el descaro de los señoritos, los vencedores de la vida y el oropel, creciditos en la urnas, como los enanos del circo que nos crecen por doquier, hay que joerse que costumbre más tonta la de este país, la de este mundo. Y en verano la visita de no sé qué papa, un señor bajito con pasado algo turbio y cara de mala leche, que a mí me parece más de los de así en la tierra que en cielo, algo habitual en esos señores por otro lado.
Una juerga de ciudad la mía, ya os digo.
De lo de la kedada en la Puerta del Sol no hablaré aún. Tal vez lo haga cuando tenga idea de qué decir. Ahora mismo estoy perdida: no sé si dejarme llevarme por el entusiasmo de los cándidos con ganas, o por la desconfianza de una protesta que me parece inane y presta a ser deglutida. No sé, ya digo. Y me fastidia, procuro tener opinión, errónea o no. No es el caso.
Cada vez que quedo con mis sobrinos observo sus manos ocupadas y sus miradas idas. De nada sirven mis broncas, mis recriminaciones por lo que yo considero una falta de educación y un hábito más bien estúpido… así que intento entenderlo… ¿pero qué narices os contáis?
Siendo magnánima, y mucho, considero que el 90% de nuestros pensamientos al cabo del día son intrascendentes y por tanto el trasiego de mensajitos en su Facebook no puede ser muy enriquecedor, ni aun cuando lo intentaran. El mundo cercano reducido a un patio de instituto. Sólo me queda fulminarlos con mi mirada, una mirada que, como mis palabras, se pierde en el vacío que reflejan las pantallas (vacío: reflejo, porque las pantallas tienen por costumbre reflejar la propia imagen. Toda una metáfora real.)
No deja de sorprenderme que la comunicación con el que tienes más cerca se llene de ruido por un canal invisible y que la comunicación con el que está lejos no sea otra cosa salvo ruido.
Y una de arena, ¿o será la de cal? nunca supe cuál era la buena… en realidad todo se tranquiliza si pienso en la Feria del Libro, de la que disfrutaré el día 30 (largo me lo fiais pero no queda otra para contentarse). Me tomaré el día libre y saldré a disfrutar de lo que espero sea un día soleado y libros. Paseo, casetas, libros, cervecita, más libros y descanso en cualquier rincón de El Retiro para deleitarse con el olor de las páginas nuevas… mientras siga el papel, esa es otra, otro charco en el que hoy ya no me sumergiré. El traje de buzo gruñón comienza a tener grietas por hoy, ¿no os parece?