En 1985 éramos muy jóvenes y casi nunca teníamos un duro, lo poco que sacábamos dando clases de refuerzo a niños de EGB después de nuestras clases de instituto, se nos iba cada fin de semana en cerveza y algo de hachís en tardes de Retiro. Los libros salían de las bibliotecas, los comics los leía en casa de mi hermano y aprovechaba para quedarme a comer y aprender a valorar el buen vino, el cine no se había convertido aún en el hábito semanal que luego fue y los conciertos de rock eran quimeras salvo que fueran gratuitos y en aquel entonces lo eran a menudo. Teníamos suerte.
En 1985 P, el único que tenía ya un trabajo algo estable, nos regaló a R y a mí unas entradas por nuestro cumpleaños, el primer concierto de los grandes al que iría: Dire Straits. Presentaban Brothers in Arms y en el novedoso sistema Compact Disc, tan novedoso que nosotros, siempre dispuestos a tener una opinión de lo que fuera, ni siquiera la teníamos. Recuerdo que el concierto me defraudó, si una sola canción de las que “me sabía” y el ambiente me resultó frío y nada que ver con el mito de lo que iba a ser un concierto. Al menos dejé de practicar el hábito de mitificar lo que no me parece un mal aprendizaje visto desde hoy.
Con el paso del tiempo me reconcilié con Knopfler y ese disco se convirtió en uno de mis preferidos, ya el CD instalado cómodamente en mi vida arrinconando a los vinilos. Hay discos que ponen las pilas, que nos llenan de fuerza y consiguen que el ánimo vuele, cualquier mañana de cualquier día.
En 2011, una mañana como hoy, queda poco en mí de esa cría, eso espero, o eso esperaba ella las pocas veces que se proyectaba en el futuro, no le gustaba la linealidad y me gustaría pensar que no en todo la he defraudado. Cuando la contemplo, en momentos como este, le sigo poniendo el ropaje que los años echaron sobre mí, sobre nosotras, pero me gusta pensar que de encontrarnos nos seguiríamos entendiendo, en cierta forma. Y nos imagino observándonos con cierto toque de condescendencia la una hacia la otra -era, soy, somos puñeteras- lo que no deja de hacerme gracia.
En 2011, una mañana como hoy, cumplo 44 años y en homenaje a las dos lo primero que he hecho al montarme en el coche es conectar a Dire Straits y cantar a voz en grito en cada semáforo.
So far Away.