viernes, 24 de junio de 2011

From me

En 1985 éramos muy jóvenes y casi nunca teníamos un duro, lo poco que sacábamos dando clases de refuerzo a niños de EGB después de nuestras clases de instituto, se nos iba cada fin de semana en cerveza y algo de hachís en tardes de Retiro. Los libros salían de las bibliotecas, los comics los leía en casa de mi hermano y aprovechaba para quedarme a comer y aprender a valorar el buen vino, el cine no se había convertido aún en el hábito semanal que luego fue y los conciertos de rock eran quimeras salvo que fueran gratuitos y en aquel entonces lo eran a menudo. Teníamos suerte.

En 1985 P, el único que tenía ya un trabajo algo estable, nos regaló a R y a mí unas entradas por nuestro cumpleaños, el primer concierto de los grandes al que iría: Dire Straits. Presentaban Brothers in Arms y en el novedoso sistema Compact Disc, tan novedoso que nosotros, siempre dispuestos a tener una opinión de lo que fuera, ni siquiera la teníamos. Recuerdo que el concierto me defraudó, si una sola canción de las que “me sabía” y el ambiente me resultó frío y nada que ver con el mito de lo que iba a ser un concierto. Al menos dejé de practicar el hábito de mitificar lo que no me parece un mal aprendizaje visto desde hoy.
Con el paso del tiempo me reconcilié con Knopfler y ese disco se convirtió en uno de mis preferidos, ya el CD instalado cómodamente en mi vida arrinconando a los vinilos. Hay discos que ponen las pilas, que nos llenan de fuerza y consiguen que el ánimo vuele, cualquier mañana de cualquier día.

En 2011, una mañana como hoy, queda poco en mí de esa cría, eso espero, o eso esperaba ella las pocas veces que se proyectaba en el futuro, no le gustaba la linealidad y me gustaría pensar que no en todo la he defraudado. Cuando la contemplo, en momentos como este, le sigo poniendo el ropaje que los años echaron sobre mí, sobre nosotras, pero me gusta pensar que de encontrarnos nos seguiríamos entendiendo, en cierta forma. Y nos imagino observándonos con cierto toque de condescendencia la una hacia la otra -era, soy, somos puñeteras- lo que no deja de hacerme gracia.

En 2011, una mañana como hoy, cumplo 44 años y en homenaje a las dos lo primero que he hecho al montarme en el coche es conectar a Dire Straits y cantar a voz en grito en cada semáforo.




So far Away.



viernes, 17 de junio de 2011

Desarreglos

Termino Las primas, la historia de cuatro mujeres disfuncionales: la narradora sufre de afasia, su hermana es paralítica y de sus dos primas: una enana y otra retrasada. Los hombres son una amenaza, el arte una forma de escapar y liberar el interior y la familia un pozo de mezquindad, secretos, tragedias y el transcurrir de lo cotidiano… como cualquier otra familia.




Yuna nos lo cuenta, limitada en su capacidad de expresión. Utiliza el diccionario para conseguir narrar sus vivencias y cada dos palabras necesita descansar porque aparece en ella el vértigo de la imposibilidad para salir de la debilidad mental y expresiva. Su lenguaje se va perfeccionando a medida que avanzan las páginas, su edad y el entendimiento de lo que le rodea, pero nunca deja de ser una escritura extraña y ajena a la normalidad. Aún así no cuesta nada adentrarse en ella y disfrutar con cada uno de los escollos que se le presentan, con una escritura caótica y sin embargo, con la sencillez con la que va conformando y mostrándonos su mundo. Será que me gustan las prosas sin domesticar y esta lo es. Hacía tiempo que no disfrutaba así con el lenguaje creado y su correspondencia con la historia contada.



Y será que me resultan familiares sus imposibilidades, que hace mucho que llegué a la conclusión de que disfuncionales somos todos, que quienes me rodean me provocan en mayor o menor medida extrañeza -yo misma me la provoco en ocasiones- que los límites existen y sólo unos se ven por encima de otros, los más evidentes y son precisamente los señalados, pero que al igual que existen van y son universales. Que está por llegar quien no me parezca limitado y dude que llegue, que las destrezas también, que tú menos o más pero nunca igual a mí y eso ya es desconcertante.



Que si nos dejaran elegir el término correcto sería peculiar, porque permite aunar dos características paradójicas: genérico y particular. Porque lo general es cada cual con su peculiaridad.








Y que incapacitados sólo me han resultado siempre aquellos que a toda costa intentaron encajar en lo que nunca pude entender, por contradictorio e inaprensible: la normalidad.





viernes, 3 de junio de 2011

Extravíos

Nos perdemos con facilidad, con ganas, con gusto, con dedicación algunas veces. Nos perdemos como quien da vuelta a la esquina, sin darse cuenta de que se abre una nueva calle ante los ojos, como quien encontró las coordenadas y decidió ignorarlas a pesar del tiempo, de la lluvia y los paraguas, de los bajos empapados y tobillos. También. Nos perdemos porque perdimos el bufido de los cachivaches atesorados en cajones con carcoma, inútiles en su permanencia, porque decidimos perder esas cosas del día a día y algunas más, las de inventarse una vida que no se parecía a las fábulas y creérsela cuando no era verdad, no lo era.












Y perdidos tomamos el metro para salir al callejón que conduce al Retiro, todo derechito el estanque y antes a la izquierda, las primeras casetas. Un lunes de lluvias malintencionadas en el que el agua queda estancada sobre los toldos, obligando a los libreros a convertirse en aguadores, mejor, así olvidan por unos minutos su condición de dependientes que sonríen si preguntas y te regalan separadores de libros, de todos los colores y tamaños, que yo luego guardo al descuido en el bote rojo, segundo estante según miras desde el sofá. Delante de los libros que en un principio -siempre hay un principio y fue ordenado- se agrupaban por Literatura castellana S.XX.




Y vamos llenando la saca: relatos de Elías Tizón, Parpadeos, que contiene un cuento sobre peces voladores que ya por sí mismo justifica la compra aunque luego mi interés se desinfle un poco, o las Nanas para dormir desperdicios de Francisca Aguirre que ojeo pasando versos a la vuelta, de nuevo en el vagón. Y dos novelas -tengo hambre de narrativa en los últimos meses- Las Primas de Aurora Venturini, una argentina de 84 años, hecho que sólo se descubrió tras abrir la plica al ganar el premio al que se había presentado y tan extraño se me hace lo que pueda significar, ¿símbolo será del retorno del prestigio al ser escritor y no retoño? ¿La mercadotecnia puede atisbar más allá? ¿Será necesario escribir y tener algo que contar, macerado y con tomillo, o seguirá bastando el ímpetu de ventas al vomitar letras y más letras? Nunca antes la juventud justificó tanto su existencia, aún cuando sea basándose en sí misma. Bucle donde los haya y por lo que parece del que nadie quiere escapar, la edad madura, incluso la mía, se ve muy ajada, pobre. Y por último La casa del mirador ciego de Herbjorg Wassmo, escritora noruega que compré llevada por el entusiasmo del joven que atendía la caseta, "es muy dura", me dijo, "una historia fuerte y desoladora pero su forma de narrar es sorprendente y no puedes evitar gozar mientras lees". Más tarde se despidió de mí con un “que la sufras gozosamente” y una enorme sonrisa. No puedo resistirme al arrebato, nunca pude.










Y mi mejor cómplice en esto de asomarse al borde de las letras golfas y lujuriosas, allí estaba.



Perder el asma de lo obligatorio, porque sí, porque hoy.