martes, 23 de agosto de 2011

Vuelta a las sendas

Tal vez tenga razón Caballero Bonald en su Tiempo de Guerras Perdidas cuando asegura que el surrealismo no sea únicamente un sistema poético más o menos imprescindible sino una manera de ser. Releyéndole he vuelto a recordar todas aquellas consignas que marcaron mi adolescencia literaria -no por ello menos adolescencia- con toda su carga de dogmatismo y rebeldía con o sin causa. Algo así como pasarse la vida mirando bajo la sábana, los velos a los que aludía Lorca pero en versión más casera, intentando encontrar el otro lado de la realidad, absurda y sin sentido.





Lo que aún no había descubierto es que sin el velo del surrealismo la vida pudiera ser igual de absurda y adolecer de la misma falta de sentido que un hipopótamo bocabajo esperando ser descubierto a la puerta de tu casa, pongamos por caso. Así que podría asegurar que el surrealismo es una corriente que consigue llevarte, olvidados ya los fines que en un principio una deseaba que la vida contuviera.


Estaré de acuerdo por tanto con Bonald: una manera de ser que se va forjando tras demasiados poemas y textos enredados en la cabeza y del que difícilmente se puede escapar aun transcurridos los años.
(Mi madre diría que no deja de ser una forma de estar loca o ser pelín extravagante. También. Por mucho que lo desee nunca podré alcanzar su lucidez).







De El sueño del Celta y Vargas Llosa podría decir que se trata de una historia bien construida, mejor documentada. Me interesaba el tema tras los dos libros de Galeano (Las Memorias del Fuego y aún me falta el tercero) y andar sumergida en los descabales colonialistas que inició España y que nunca dejaron de existir porque tras la desaparición de aquel imperio donde nunca se ponía el sol -según contaron las crónicas más exaltadas- llegaron las colonizaciones del XIX, iniciadas con otras premisas, quizás tras el paso de la Ilustración por nuestros fueros, pero con el mismo fatal resultado: la codicia y la crueldad tomaron Africa de la misma forma que anteriormente habían tomado América. ¿Por qué lo llamaron colonización cuando querían decir saqueo e invasión?


Por ese lado no me ha defraudado, Roger Casement fue todo un personaje y las contradicciones que cabían en él, como en cualquier otro ser humano, quedan bien narradas y expresadas, sin olvidar los retruécanos que hablan de la Historia como Ciencia y que cada día me causan más perplejidad: complicada tarea delimitar los avatares personales de un individuo cuando este pasa a formar parte de la Historia. Me viene a la cabeza otra deliciosa novela que leí al principio del verano: El país del agua de Graham Swift, donde el concepto y la utilidad de la Historia dentro del devenir personal quedan más patentes aún en su indefinición.
Pero siguiendo con El Celta, observo en Llosa cierta complacencia o falta de arrojo a la hora de criticar el colonialismo europeo del S. XIX y mucho menos si de la Iglesia se trata. Denuncia pero menos, algo que no es de extrañar si conocemos su pensamiento expresado en diversos artículos (a veces los leo con algo más que paciencia y cierta dosis de masoquismo, tienen por costumbre ponerme de muy mala leche).
Y en sus libros sigue siendo un maestro de la narrativa aun cuando yo eche de menos la riqueza léxica de sus narraciones de antaño, el borbotón de prosa que a veces amenazaba con desbordar la vista y capacidad del lector. Pero ahora el señor Llosa se contiene al igual que los mercados editoriales, la facilidad de lectura es lo que vende, forastero. Ah de la simplificación y el entretenimiento. Y ahí estamos, incluso cuando leemos al señor Llosa a pesar de que nadie pueda negar su arte literario.




A veces da miedo tanto papanatismo.




(Para ilustrar el papanatismo podría contaros de mi ciudad sitiada en los días pasados, de abuso también, que es algo que a la curia se le da de maravilla, pero he preferido hablar de lo humano y dejar lo divino a un lado. Sigo demasiado cabreada y podría soltar más de una blasfemia. Algo sano pero que sube la tensión. Marditos saraos folclóricos...)



Fotografías de Cristina García Rodero. Su exposición Transtempo, hasta Octubre en el Círculo de Bellas Artes, Madrid. No os será difícil notar la presencia de Valle Inclány su idea del esperpento mirando por encima de vuestro hombro.