viernes, 28 de octubre de 2011

Ay qué trabajo me cuesta (...)

Reserva para veintitrés, entre familia y aledaños, aledaños que van aumentando a medida que los vástagos nos crecen. Y qué empeño ponen en ello. Algunos crecen, yo fui una de ellos, y ahora formo parte de los que maduran. Extraño concepto que no sé si sospechar signifique secarse. Intento que no.


Las calles de Barcelona parecen una buena opción, sus avenidas puede contener las ganas de diversión de un grupo que suele, solía, ser todo voces y disparates. Parecía que habíamos olvidado cómo hacerlo pero no, es posible que haya argumentos a los que resulta fácil retomar el hilo, tal vez quedaron fijados en costumbre y nadie puede renunciar a ella como si nunca hubiera existido (fue quedar estancada, pienso). La tarea de vivir se repite en nosotros como si nos aferráramos a lo único en lo que realmente nos enseñaron a creer. La buena educación, tendría que añadir, un tanto descreída incluso de la propia vida como nos enseñó el tiempo. Que tal vez matar resulta complicado (Hitchcock mostraría en Cortina rasgada hasta qué punto) pero no tanto morir. Diríase, más bien, que morir termina por ser un acto tan automático como pelar naranjas antes de llenarse la boca de zumo. Agrio, mucho más si no llegan en temporada.


Y hay trifulcas. Ensaladas que vuelan de tenedor en tenedor. Mojitos con olor a hierbabuena y confidencias a media voz de risas. Grupos en los que ir de unos a otros. Niños que incordian y a los que se les toma el pelo sin ninguna piedad -mejor que aprendan entre los suyos el valor de la frustración. Y una comida en el Merendero de la Mari, como deuda y homenaje. Nuestro pero era el suyo, el de ellos. Y ya son las seis y pico, habrá que ir desmantelando la sobremesa. Sin darnos cuenta se ha extendido como nuestras ganas. Ni siquiera el retraso de Iberia a la vuelta consigue amargar el ánimo.

El léxico familiar, que aprendí a valorar con el delicioso libro de la Ginzburg, vuelve a contener sus códigos. Con algunos semas añadidos que desconocíamos hace unos años, es posible, pero se mantiene, se queda en nosotros.











Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero
por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero.
F.G. Lorca.






martes, 18 de octubre de 2011

Animaladas existen

¿Y si escribir es, en el libro, hacerse legible para todos e indescifrable para sí mismo?
Maurice Blanchot





Decido dejar de agotarme y me dispongo a escribir. Porque es agotador elegir de entre todas mis cosas cuáles van y cuáles se quedan. Un juego, el paréntesis de nuevo, porque las casas, y las cosas, no se abandonan, no al menos de momento. Y hay fotografías que traspasan la piel, recelosas de un pasado, y cuadernos de notas que arrastran al suelo (ardilla-sentada, jau) releyendo pensamientos de difícil ubicación, escritos por mí, puede ser, pero cuándo y por qué. Y recuerdo, justo ahora, a Wagensberg "A más cómo menos por qué", y entiendo que sí, que lo importante fue el cómo:


Octubre de 2009:


(...) No soy capaz de escribir (...). Pero yo hablaba de la animalada que supone la muerte. Las otras dos animaladas que nos corresponden como humanos que ya quisieran renegar de su biología: el parto y el sexo, vértices del mismo triángulo que nos emparenta con el resto de especies. Triángulo tan poco equilátero, por cierto. Y cuando el vértice de la muerte toca de cerca, precisamente ese, sólo deseas el cobijo de los ojos, esos mismos que ahora parecerían, de mirarte en un espejo, de tener ganas, los de un conejo espantado y deslumbrado. Nadie sabe de la propia muerte pero basta conocer la de los propios. Se acaban las historias, como si el tío Ceferino, del que contaba Juan Rulfo que se las narraba para luego él escribirlas, hubiera acallado sus palabras por siempre y ya no nos permitiera escribir jamás..."

Ese era el cómo, la incapacidad de escribir que daría para todo un libro. Así era, así fue durante un tiempo que pareció demasiado. Y no fue tanto, nunca lo es una vez transcurrido. Nadie puede medir el tiempo, si no es de forma lineal, y eso sería inadecuado en un mundo, una vida, donde nada pareciera suceder cabalmente.

Pero yo sigo rodeada de cachivaches, de elecciones que a veces duelen y otras reparan. Y entre unas y otras transcurre la tarde ¿a qué carta quedarse? Y me inclino por quedarme fuera del desamparo. Aunque mis fantasmas, esta tarde, hayan decidido visitarme y me sonrían desde esas fotografías -tan ajena la vida en ellos ahora- y juego a imaginarlos dándome el empujón, tocando mi culo -como acostumbrábamos entre nosotros- con el ánimo puesto en el día a día y un "¿por qué no? ¿quién sabe? hay que vivirlo, nena, y luego ya veremos, ya juzgaremos". Que eso siempre se nos dio bien, cuestión de genes.

Y aquí estoy, daría más de lo que tengo por saber cómo. O no, no lo daría, ahora no. Ellos no están y yo sí, tal vez todo se reduzca a un hecho tan sencillo y perentorio.




Y mi casa patas arriba y mi ánimo lleno de vida. Tan contradictorio, tan natural en él.






miércoles, 5 de octubre de 2011

Dicho sea entre paréntesis

Paréntesis es un círculo grande, partido por medio, que abraza la razón inserta.



Jiménez Platón (S.XVII)



Sé que no es lo mismo, sé que es un error irme a vivir a la orilla del Tajo y no, por ejemplo, a New York, Tokio, o yo qué sé (otro ejemplo) a Helsinki (que suena mucho más excitante, postmoderno, más sugerente). Y contaros crónicas desde allí (y ser –parecer- la hostia en verso). Pero no, a mí se me ocurre rodearme de campos amarillos, apenas un promontorio en mitad de la nada, con aceras anchas pero nada quisquillosas, (¿no será mejor decir orgullosas?) comparadas con las de esas ciudades, sin quintasavenidas, sin desayunos con diamantes (siquiera oro blanco). Aquí las mujeres gustan de llevar perlas cultivadas (cierto regusto al clasismo en el vestir; rancias las han segado) conjuntados bermudas y naúticos en ellos, los complementos y los zapatos en ellas. Rechina tanto gusto por la compostura, por el encaje (sin bolillos que todo tiene un límite) del escaparate social que no dejan de ser rebajas caseras (aquí como en la Gran Vía (sin ir más lejos) y aledaños). Imagino que también en todas las ciudades (en el resto de cualquier lugar o país; dará igual), representan el organigrama (la jerarquía, si os place más) de sus habitantes y ellos siempre tienden al mimetismo, a la uniformidad propia de una idea que no es sino el no destacar aunque destaques. (Nunca fue tan parecido ser diferente).




Me tranquiliza saber que al menos aquí ser distinta no será la opción. Sabré a qué atenerme y podré serlo sin mayor esfuerzo (o parecerlo). ¿Lo soy?




Así que esta tarde, y como busco sin desmayo ser postmoderna (trasladarme yo no puedo hacerlo, sería costosa una mudanza a esos lugares mencionados), compro un libro de Tomas Pynchon, que parece ser que lo es (eso dicen, eso leo) a pesar de que el tipo naciera en el año 1937. Pero ya se sabe, si te descubren (como si nunca antes hubieras existido), si de repente te encuentran, ahí estás y eres moderno, contemporáneo de otros tipos a los que (fácilmente) puedes sacar lustros. A veces tener la sensación de que nada sirve más allá del tiempo que uno viva (así es, bonita, no hay más) y ahora toca esto (este). Y para colmo comienzo a leerlo (el libro) y me gusta, me entusiasma su forma de contar, es un jodido genio, narra con mala leche, hilarante (cualidad que para ti siempre ha sido necesaria, que no gracioso, nadie que se crea en exceso a sí mismo, mucho menos a los demás, faltaría), vigía con vista y visión de un tiempo que es el suyo. Y para colmo una de sus novelas acusada de obscenidad y (por tanto) rechazada para el Pulitzer. Que permanece en el anonimato, que estudió ingeniería (a mí me excitan los ingenieros, mucho) y Literatura.
¿Escribir sin fastos? ¿rechazar componendas y dedicarse (sin más) al oficio de escritor? ¿ser artesano y no mercader (nada de hombre orquesta)?

Y me pregunto por qué precisamente él es el autor de “ahora” si representa la antítesis de los literatos (jovenzuelos y no tanto) actuales. Y me pregunto (no puedo evitarme preguntarme) (ya) (siempre así) porque precisamente me gusta a mí, si la literatura actual (la de ellos, no la de él) me reconcome tanto.



Y llego a la conclusión de que no tengo remedio y que precisamente por eso vivo a las orillas del Tajo y no en New York, Tokio, (etc...) y hasta es posible que sea porque me empeño en no confundir las vitrinas pero debe ser el reflejo y allá cada cual con el suyo (pongamos por caso).