Entre las muchas enseñanzas que agradezco a mis progenitores existe una por encima de todas, tal vez por deberse más a una consecuencia de vida que a requerir un adoctrinamiento por su parte. En apenas 80 m de piso, tres habitaciones y un único salón habitábamos ocho personas, un perro o cualquier otra mascota que mis hermanos tuvieran a bien cobijar, algún pájaro tenor y a veces un huésped intempestivo que se presentara con o sin previo aviso. Por supuesto en esas condiciones nunca tuve un hueco definido, un espacio que pudiera llamar mío y mucho menos sosiego a la hora de encarar mi vicio particular: la lectura. Lo que provocó, y puedo presumir de ello, una capacidad de concentración a prueba de distracciones. Eso me ha permitido, me permite aún hoy, leer en toda postura y situación por inhóspita que parezca. Nada me impide leer si el libro que tengo entre las manos lo merece, sin necesidad de posponer el placer a la espera de mejores circunstancias. Esto evita muchos problemas de convivencia y me convierte en un persona dócil al menos en un aspecto. No está nada mal, os lo aseguro, porque las veces que menos guerra doy es leyendo y ensimismada. Afortunadamente, para los demás, la lectura ocupa la mayor parte de mis horas.
Nunca lo agradeceré bastante.
Leo Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente. He tenido el libro en las manos en varias ocasiones desde que se editó, mayo del 2010, y siempre lo sopesaba con una mezcla de temor, ansia y búsqueda de un no sé qué que por desconcertante me impulsaba a dejarlo, no sin remordimiento por mi cobardía. Aborrezco mi cobardía pero el bicho bola que pervive en mí se enroca ante la intuición del dolor. Inocente técnica de supervivencia que a veces funciona. Los muertos requieren de su tiempo, me decía, no es preciso leer sobre ajustes de cuentas vitales antes del momento preciso. Y que levante la mano el guapo que no tenga ninguna agazapada con sus muertos. A veces creo que nuestra vida con los otros se limita a eso, una serie de ajustes que por incomprensibles e inútiles al moverse en una sola dirección, nos asfixian en un mundo de preguntas y encrucijadas. Soy consciente del prisma, y para colmo alumbrado por múltiples destellos, que supone cualquier persona para el otro. Mucho más cuando su desaparición real y por siempre nos impulsa a perdonarlo y perdonarnos. Sobre todo esto último. De nuevo el superviviente con un moderado grado de aguante ante la exposición de los propios errores. Somos seres sublimes y grotescos a partes iguales -en el mejor de los casos- conviene no olvidarlo. Y no lo olvido, así que en este momento leo el libro con fruición suicida, con hambre, con necesidad de saber qué produce en otros la misma experiencia de la muerte aunque el resto poco tenga que ver. O sí, todos los amores, todos los dolores, parecen moverse en la misma órbita:una suerte de mezquindad y justificación pero nunca exenta de desprendimiento. No sé, ¿parece comprensible? ¿O es sólo uno más de mis galimatías? Tal vez fuera necesario que leyerais el libro para entenderlo. Tal vez fuera necesario que cada persona experimentara idénticas vivencias para entendernos. O no, de ahí el prodigio de la literatura, su poder sobre nosotros.
El pudor y la vergüenza de la confesión, la necesidad de escribir, ¿entender?, el punto de partida para analizar -sopesar una relación. El enmascaramiento de la memoria, su benevolencia. El temor, terror, del enfrentamiento con la realidad, tan lejana parecía, que supone un nunca. No poder inventar aún haciéndolo constantemente; la incapacidad de contar sin mentir sin querer mentirnos. Y la culpa como un juguete roto en el estante, por nada, por todo, porque el otro, fuera quien fuera, nunca es un yo y a pesar de nuestros esfuerzos nunca llegaremos a alcanzarlo. Y duele, vaya si duele, cuando ya no hay tiempo. Cuando no lo hay ni posibilidad remota. Desbarata ese hecho pero sobre todo, y ahí la paradoja, por nuestra rebelión innata a comprenderlo. Porque asumirlo sería aceptar la propia muerte y ni hablar. Otra vez el superviviente.
Y de eso habla el libro. O eso me ha parecido.
Perseverar, como ellos harían.
Me he hecho más frágil, me he hecho más triste, me he hecho más temeroso, me he hecho más escéptico, me he hecho más viejo. Éste es el único camino que he recorrido hasta aquí.