miércoles, 22 de febrero de 2012

Santa rita rita

Entre las muchas enseñanzas que agradezco a mis progenitores existe una por encima de todas, tal vez por deberse más a una consecuencia de vida que a requerir un adoctrinamiento por su parte. En apenas 80 m de piso, tres habitaciones y un único salón habitábamos ocho personas, un perro o cualquier otra mascota que mis hermanos tuvieran a bien cobijar, algún pájaro tenor y a veces un huésped intempestivo que se presentara con o sin previo aviso. Por supuesto en esas condiciones nunca tuve un hueco definido, un espacio que pudiera llamar mío y mucho menos sosiego a la hora de encarar mi vicio particular: la lectura. Lo que provocó, y puedo presumir de ello, una capacidad de concentración a prueba de distracciones. Eso me ha permitido, me permite aún hoy, leer en toda postura y situación por inhóspita que parezca. Nada me impide leer si el libro que tengo entre las manos lo merece, sin necesidad de posponer el placer a la espera de mejores circunstancias. Esto evita muchos problemas de convivencia y me convierte en un persona dócil al menos en un aspecto. No está nada mal, os lo aseguro, porque las veces que menos guerra doy es leyendo y ensimismada. Afortunadamente, para los demás, la lectura ocupa la mayor parte de mis horas.

Nunca lo agradeceré bastante.

Leo Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente. He tenido el libro en las manos en varias ocasiones desde que se editó, mayo del 2010, y siempre lo sopesaba con una mezcla de temor, ansia y búsqueda de un no sé qué que por desconcertante me impulsaba a dejarlo, no sin remordimiento por mi cobardía. Aborrezco mi cobardía pero el bicho bola que pervive en mí se enroca ante la intuición del dolor. Inocente técnica de supervivencia que a veces funciona. Los muertos requieren de su tiempo, me decía, no es preciso leer sobre ajustes de cuentas vitales antes del momento preciso. Y que levante la mano el guapo que no tenga ninguna agazapada con sus muertos. A veces creo que nuestra vida con los otros se limita a eso, una serie de ajustes que por incomprensibles e inútiles al moverse en una sola dirección, nos asfixian en un mundo de preguntas y encrucijadas. Soy consciente del prisma, y para colmo alumbrado por múltiples destellos, que supone cualquier persona para el otro. Mucho más cuando su desaparición real y por siempre nos impulsa a perdonarlo y perdonarnos. Sobre todo esto último. De nuevo el superviviente con un moderado grado de aguante ante la exposición de los propios errores. Somos seres sublimes y grotescos a partes iguales -en el mejor de los casos- conviene no olvidarlo. Y no lo olvido, así que en este momento leo el libro con fruición suicida, con hambre, con necesidad de saber qué produce en otros la misma experiencia de la muerte aunque el resto poco tenga que ver. O sí, todos los amores, todos los dolores, parecen moverse en la misma órbita:una suerte de mezquindad y justificación pero nunca exenta de desprendimiento. No sé, ¿parece comprensible? ¿O es sólo uno más de mis galimatías? Tal vez fuera necesario que leyerais el libro para entenderlo. Tal vez fuera necesario que cada persona experimentara idénticas vivencias para entendernos. O no, de ahí el prodigio de la literatura, su poder sobre nosotros.
El pudor y la vergüenza de la confesión, la necesidad de escribir, ¿entender?, el punto de partida para analizar -sopesar una relación. El enmascaramiento de la memoria, su benevolencia. El temor, terror, del enfrentamiento con la realidad, tan lejana parecía, que supone un nunca. No poder inventar aún haciéndolo constantemente; la incapacidad de contar sin mentir sin querer mentirnos. Y la culpa como un juguete roto en el estante, por nada, por todo, porque el otro, fuera quien fuera, nunca es un yo y a pesar de nuestros esfuerzos nunca llegaremos a alcanzarlo. Y duele, vaya si duele, cuando ya no hay tiempo. Cuando no lo hay ni posibilidad remota. Desbarata ese hecho pero sobre todo, y ahí la paradoja, por nuestra rebelión innata a comprenderlo. Porque asumirlo sería aceptar la propia muerte y ni hablar. Otra vez el superviviente.

Y de eso habla el libro. O eso me ha parecido.

Perseverar, como ellos harían.


Me he hecho más frágil, me he hecho más triste, me he hecho más temeroso, me he hecho más escéptico, me he hecho más viejo. Éste es el único camino que he recorrido hasta aquí.

(Marcos Giralt Torrente)

lunes, 6 de febrero de 2012

Felicidades o algo o todo o ya




Hay cosas de las que no sé cómo escribir, esas que conforman la cáscara secreta de mi vida, de cualquier vida. El misterio de cómo descalzar el día cada mañana. Qué lado de la calle elijo al desandar mis pasos. Los detalles sin importancia que vuelven innecesaria la importancia. El capricho que me lleva a los recodos y no sólo de las calles. El placer de pensar las revueltas sin centro. La cartografía de un camino que nunca sé si he conseguido vivirlo o lo estrené ya inventado. Cómo a veces consigo mirar desde la altura de los tejados o cuándo la torpeza de mi pensamiento no evita la soledad que siempre nos camina a tientas. De cómo algunos libros pueden deshojar otoños y otros ni siquiera traspasar ventanas medio abiertas, de por qué mi salvación y naufragios en y por ellos. Las razones por las que a veces me rompo y qué piezas ya nunca rehago. A veces, y por qué, a pedacitos las frases.
Hay cosas de las que no sé si puedo escribir, esas que trazan la cáscara secreta de nuestra vida. Por qué mis rodillas se vuelven luminosas al yacer con él. Cómo la geografía de su cuerpo estrecha la arena del mío o si extravío los segundos al guardar los relojes en las mañanas de domingo. La naturaleza de los parques y la magia que renombra los pájaros y tararea sus cantos, esa calma. Cuando me hace parar, al abrupto, para fotografiar estambres, bichos y aves que luego despistarán mi mirada. Las noches engatados y enmantados, peleándonos con pies por leer subtítulos. La competencia por colocar palabras en casillas que valen triple y el aliño de las ensaladas. Días en los bolsillos que voy guardando sin que él se dé cuenta, como la bruja de Gretel, engordando el hambre y el amor, que son iguales pero nunca parecidos.
Hay cosas de las que nunca seré capaz de escribir: las razones por las que en él mido la dicha y esta pertenencia (despertenecida). Y por qué ya no la rabia.