viernes, 24 de agosto de 2012

Está vostede aquí

Tomo prestado un libro, La hora de la estrella de Clarice Lispector , lo tomo de la biblioteca que hay en el pequeño hotel perdido en la montaña. A los dos días lo devuelvo, contenidas las ganas de subrayarlo y poner notas al margen, de camuflarlo en mi equipaje y llevarlo conmigo. Las palabras no son de nadie y a veces me cuesta convencerme de que los libros sí. Pero me hago mayor, eso debe ser, y no robo libros, hace años que dejé de hacerlo. Antes del presente canoso y chic de mi pelo robaba libros de bolsillo. En mi descargo diré, de necesitarlo y no, que lo hacía sólo en grandes superficies. Me parecía que ese no era su lugar, sigue pareciéndome, que un libro no debe compartir espacio con latas de atún y las últimas novedades en tornillos y bisagras, con un dos por tres en bragas o quesos exóticos. Ahora, cuando paso por la sección de libros, me limito a gruñir aguantando las ganas de revolver y tirar al suelo la mesa de novedades. Se me pone una mueca fea pero ya, mi naturaleza delincuente ha desaparecido, con la misma tranquilidad en el tránsito que el abandono de tintes color pasión de mi cabello.

Retorno el libro a su sitio porque el final del cuento me defrauda, de no ser así quizás me hubiera costado mucho más y quién sabe. O no. Me gusta pensar que aún ando por ahí aunque ya no sea. Y las excusas para ya no ser. Será.





Calzar las botas y su peso de invierno, pasar frío a rachas de viento, mirar a J. con el guapo subiendo a medida que su pelo y barba se vuelven feroces, lobisome, me gusta contemplarle desde lejos y pensar en el placer de enmarañar mis dedos, pero luego y mío, tomar Martin Codax con soltura y la sonrisa muelle mareada al levantarme, el sabor del mar en las tapas, escuchar el rompiente de las olas y perder la vista sin impedimentos, que no llegue a ningún lado, y para qué, desaparecer leyendo Lolita en los trayectos, las 1906 compartidas con L., las lluvias a traición con agujetas al correr, las tascas en curva con señoras tímidas, las basílicas convertidas y la paleografía sui géneris al alimón, las peleas con R. su ternura que vuelve, y la mía, sangre y genio compartidos, los ventanales, los hoteles de años 70, el feísmo, si nos dejan relajarnos sin llamadas, la frontera donde el océano deja de serlo, la gaviota ideal desenfocado el mar, los bizcochos de jengibre.

Escribo al detalle por no olvidar, por no sumergirme del todo en lo difícil, nada más llegar.




Ya estoy aquí.


* Lobisome: hombre lobo.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Mujer en fuga



Hay ropa amontonada en cada rincón, buscamos calcetines desparejados porque a J. le dan rabia y a mí risa, las botas y zapatillas miran como boquiabiertas nuestras idas y venidas y yo pierdo el tiempo entre estanterías para decidir qué libros me llevo, aunque lo tenga claro desde hace días. Todo por no enfrentarnos al maquiavélico momento de encerrar el caos y acertar con el orden, con su paso de oca sobre la maleta.

Serán Nabokov con su Lolita y la autobiografía de Diane Keaton. Pero no todo serán letras, ni un escombro espero llevar conmigo y sí la compañía acertada.

-Ahora ya sí que no quedan excusas.-

(Os leo a la vuelta, upss)