miércoles, 12 de septiembre de 2012

Hágame usted el favor

No recuerdo exactamente con qué edad, pero adolescente era cuando me gustaba escamotear los libros a mis hermanos mayores. Entre ellos estaba la colección de libros eróticos de la Sonrisa Vertical que imagino algunos recordaréis. Tenían un premio anual y las portadas de color rosa – en aquel tiempo en el que el diseño editorial solía tener gusto literario y el convencimiento de que vendían libros y no, pongamos por caso, camisetas de marca o vehículos tuneados-. Mi curiosidad y conocimiento sexual se vieron gratamente satisfechos tras leer algunas de aquellas novelas y relatos. Disfruté en muchos sentidos, incluido el literario, sí, ese también, como era de esperar.

También mi vida sexual ha transcurrido siguiendo la misma lógica, siempre que he podido he dado rienda suelta a mi curiosidad y he disfrutado del conocimiento que ofrece el compartir cuerpos y experiencias. El sexo no es gimnasia y por eso me gustaba, me sigue gustando y espero que sea así durante mucho tiempo. El sexo sin amor está muy bien, con amor también, repito a los cachorros que me crecen, imitando la falta de censura con la que me obsequiaron a mí.

Pero soy mujer y tengo más de 40 años. Acabáramos. Imagino que esa, ¡y no otra! debe ser la razón para que todas las petardas del mundo se confabulen y se hayan pasado el verano recomendándome un libro que sólo con intuir me pone los pelos de punta. En él se nos narra, es un decir, la historia de una muchacha, seguro que virgen -ya es mucho asegurar, ¿y por qué virgen?, ¿qué es ser virgen?, ¿eso duele y tiene que ver con las estampitas del Carmen o más con alguna nueva droga de diseño? Me asaltan las dudas, ays- que es seducida por un millonario de muy buen ver, como mandan los cánones de la seducción romántica, con ínfulas de Pigmalión en el catre. A ambos les da por practicar un sadismo suavecito pero muy molón y que pone a saltar chispas a las señoras lectoras en sus partes pudendas, y entre ponte aquí y pásame el látigo, la muchacha suspira, como todas las buenas muchachas que se precien, modernas y desinhibidas pero con una meta en la vida, por meter en vereda al ricachón y conseguir un enlace en alguna isla ignota que para eso hemos venido a este mundo de lágrimas las mujeres, que diría mi abuela, y esta señora que dice escribir.

Ese es, sin entrar en detalles porque no los tiene, el novedoso e interesantísimo argumento de No sé qué de Grey que sin entender cómo da para tres tomazos y una millonada para la autora. Y lo peor no es eso, lo peor es que las editoriales ávidas, esta vez no de cosquillas intrauterinas sino de capitales, llevan todo el mes comunicando el lanzamiento de decenas de títulos con el mismo maridaje nauseabundo, trasnochado y cerril. Y no lo he leído en el último Hola, palabrita que todos los suplementos literarios se ocupan del tema, de ahí mis espasmos cerebrales, que no en mi médula.

Poco bagaje cultural o poco aprecio hacia tu género o poca autoestima personal o carencias sexuales y/o afectivas se deben tener para querer leer un libro así. A la próxima que me hable del libro directamente la mando al guano, sin contemplaciones ni sonrisas de circunstancias.

Mis disculpas, lo soltaba o reventaba.



Ah, qué gustirrinín. Va, pásame el cigarrito, amor.

    (Fotografía de García Alix)