jueves, 29 de noviembre de 2012

Y si salto por encima del foso de los cocodrilos

Salgo de ver Dans la Maison, así, como suena pero con acento francés que yo no tengo, ni pongo labios, y mientras nuestros pasos nos llevan calle Atocha abajo voy pensando en la película. En ella he anudado mis vicios, faltas sanadoras: el cine y la literatura. No os la voy a contar, sería mejor que la vierais, pero el regusto de su trama es de las que acompaña. Mientras caminamos pasamos por un teatro donde se agolpa la gente en la entrada. En él actúa una pitonisa televisiva que tiene el don dice ella, la caradura pienso yo, de hablar con los muertos y J. y yo nos reímos de la ingenuidad, de las vanas esperanzas de aquellos que esperan poder hacerlo como quien se toma un té a las cinco y cómo tú por aquí después de tanto tiempo pero tanto tiempo bajo tierra. Y no lo entiendo, pensaba que para hablar con tus muertos se requería silencio y extrañeza pero nada más. O todo más y es un todo que pesa y al que las mentiras estorban. Porque la muerte resultó ser una vuelta sin hoja, o al revés pero igual. Y continuamos calle abajo hablando de la película para llegar a la misma conclusión que el alumno retorcido y aplicado de la película, su talento: todos necesitamos que nos cuenten historias. Una necesidad. Cada cual las de su gusto, los de la pitonisa, nosotros, aquellos, la pareja con botas de pelo que pasa por nuestro lado, los adolescentes barrena la vida es nuestra que ruidean por la acera de enfrente, los ancianos sentados en el banco al pairo del frío y la vejez. Nadie escapa al embrujo de Sherezade, todos querríamos tener una en nuestra vida que enlazara una noche tras otra con relatos. Hasta el triunfo de las religiones podría basarse en sus inicios en un hecho tan sencillo, le digo a J, escuchar cuando nadie podía leer, historias truculentas y aleccionadoras, historias fantasía, historias paraíso, historias al fin y al cabo.

Qué noches tenebrosas en los tiempos más remotos provocarían el hambre.

Comienzo el libro Paraíso inhabitado de Ana Mª Matute. La biografía ficción de ella misma o de una niña que se contaba a cada momento. Y me viene a la memoria otra niña, no tan callada, y a quien sí le contaban cada vez que rogaba, y lo hacía muy a menudo. Historias maternas que serían el germen de su particular desviación: nunca perdonar la falta de imaginación y pasar por la vida con el ansía del perseguidor.

Cuéntame otra más que me convenza.




En las primeras páginas “el mundo de las personas mayores: gigantes lejanos, impredecibles y un poco ridículos”. A partir de aquí ya no habrá forma de desprenderme de su lectura.


martes, 13 de noviembre de 2012

Cantos rodados y resbalan

A veces la desgana, la de escribir, parece llenar páginas, las de este cuaderno imaginario que a veces llamo blog y otras veces no. Será que hasta las letras andan desapuntaladas a medida que parecemos ir vaciando todo, incluidas nuestras necesidades.

Un sábado de teatros con paros intermitentes, pancartas y pitadas en algunos de ellos, los restaurantes y bares a medio gas en pleno centro de la ciudad, nada que ver con el repleto de antes. Y cada vez más mendigos en las calles, extraño es el soportal que no esconde unos cuantos bajo las mantas y cartones. Esta tarde gris anuda las tripas. Y no es culpa de la lluvia que cae sobre todos nosotros, irrespetuosa, como si hoy fuera lunes de paraguas.

Leo las palabras de una activista americana afincada en París, ahora no recuerdo su nombre y no me apetece buscarlo en San Google, creo que los griegos y los españoles son como ratas de laboratorio para ver qué nivel de castigo y sufrimiento puede ser aceptado por esta sociedad sin que la gente se rebele. De ser así el experimento funciona y las ratas se comportan con toda corrección. También habla de publicar un libro en Planeta, mal deben ir las cosas para que hasta los Larra de este mundo se paren a valorar y publicar sobre el tema. O que el valor de la protesta ya sólo se mide en lo que vende. Y parece que sí, que lo hace. Pero me pregunto que de dónde los lectores. Y para qué, si las ratas son otras y muerden.

R. me llama, que se ha acercado al hospital de La Princesa, por ver qué se cuece. A R. la política infame y publicitaria de la Comunidad de Madrid le dejó en la calle y no se resiste a sentirse vencida, sin más. Ella y todos sabemos que andan privatizando los hospitales, y no se trata de los tan llevados recortes, se trata de aplicar una ideología concreta aprovechando que el río pasa por Pisuerga. Y en Pisuerga parecen nadar todos los Romney de este mundo, que son muchos, aunque anden separados entre sí por tantos kilómetros. Las consignas nada tienen que ver con el idioma, algo que hasta algunos catalanes olvidan estos días, mi amiga C. sin ir más lejos, perdiendo el norte apoyando a un señor que es el calco de los fundamentalistas berzas de aquí pero con otro acento. Y yo que cada vez entiendo menos, ni siquiera soy capaz de contestarla porque requeriría un transplante de cerebro y me faltan los aperos.

Este invierno uno de cada cinco españoles no se podrán permitir el lujo (¿) de poner la calefacción.

Desahuciar es el verbo en negativo de ahuciar, que significa tener esperanza.

Los psicólogos avisan de la relación entre suicidios y crisis (tan clarividentes ellos).

El miércoles Huelga General. No tendrá el seguimiento que se precisa y aún así los ayuntamientos del gobierno mantendrán las luces encendidas durante todo el día. Imprescindible para medir el consumo energético y su incidencia en la huelga. Por si las moscas…

Las moscas, ellas que buscan la mierda, siempre encuentran su solaz en la pobreza. Y son las moscas quienes están buscando su lugar. No las ratas.

Woalá. No parece que vayan a tardar mucho más en encontrarlo.

Perdón por la tristeza, cantaba el poeta peruano que encabeza este blog. Perdón por lo real, desafino yo.