miércoles, 6 de febrero de 2013

Si se encuentran huellas en la espesura

"Hay que tener un ánimo determinado para escribir aunque yo nunca sepa cuál, a veces imagino que es como una línea recta entre la mano y los ojos y otras, sin embargo, me parece sinuosa, un ángulo atravesado al mirar y luego contar. Cualquiera sabe."

Lo escribí hace tiempo. A veces paseo por Lenguas mordidas y me extraño de la armonía que traza el tiempo. O de la determinación de mis ideas.

Me inquietan las pruebas para demostrar que no soy un robot, he tenido que introducir tres veces un texto. Me inquieta tener que confirmar que soy humana. Pensaba que sería suficiente con la fragilidad que se suma a nuestros pasos, con las contradicciones y la torpeza al plantar cara a esa de natural zorra que llaman vida. No era bastante. Gracias a internet ahora lo sé. Pero me inquieta. Mucho más no acertar a la primera.

Paso páginas -ya me entendéis, en realidad son pantallas- y escucho a Van Morrison trasteando country. Me trae recuerdos este disco y pliega mi ánimo, dejándolo en una postura forzada, un escorzo del pasado que podría representar en mi cabeza pero no contar. O sí, pero mejor no. En cualquier vasija de barro griega un kuorós, esa podría ser yo justo ahora. Entre los libros que saltan me apetece mucho comprar el del El hombre que amaba a los niños, su autora es una escritora australiana con aspecto de señora adecuada, no así su libro, y siempre me causan curiosidad lo adecuado y sus embozos. La falta de sintonía entre lo que parece y es. A poco que te sumerjas y abras los ojos bajo el agua. Cuesta 34€ y de momento lo dejaré en barbecho. O podría pedirlo en la biblioteca pero las desideratas también se recortan y dudo que me hagan caso. Ahora no es inquietud, es sólo un cosquilleo de ganas no satisfechas.

También leo que la última palabra del diccionario es zutano. No sé cuál es la primera. No habrá un significado oculto en el dato pero me gusta calmar las simetrías. Y no sé si debería inquietarme.

Otro puente entre las páginas Recuerdo mi infancia como un largo deseo de estar en otra parte, Louise Gluck.

Y estos versos terminan por inquietarme del todo.