sábado, 30 de marzo de 2013

A veces se le ocurre porticarse cuando está a mi lado.

Leo Belleza convulsa del maestro Umbral, el uso del castellano recio y preciosista, la chulería -chulapa habrá quien diga, las mentes simples con ojos de pez que de esas también hay y quedan- de una actitud que los años plantan ante la vida y sus gentes.

"Lo malo del tiempo no es que pese, sino que pesa inútilmente. Por eso resultan tediosos los predicadores cotidianos de su experiencia. Somos intransferibles."

Pero ahí estamos, aquí, relatando, predicando, día si, día no, a lo mejor también, nuestras experiencias. Yo la primera. Qué absurdo empeño. En toda mi intransferibilidad.

Pero sigamos, sigo, que hace tiempo que tengo mis predicaciones abandonadas. El mismo que llevo sin fumar. Cambia de hábitos, dijeron, y eso hice. Obediente y dócil cuando me pongo, como pocos. Ahora no escribo, ahora escalo, llego hasta las farolas y tejados, trepo columnas dóricas, las corintias no, las corintias me recuerdan la espiral del humo y las tengo vetadas por el momento. Ofrezco en los mercadillos pedazos de un castro cercano a casa, los celtas fueron también hombres recios y de costumbres sanas, y en este presente que me traigo conmigo misma son bienvenidos. Y en general hago y deshago sin saber muy bien que me traigo entre manos. Pero lo hago -y deshago-. Ya dije, vuelvo a decir, que soy obediente cuando me pongo. Y me parece que esta vez me he puesto. He dicho de nuevo.

Asi que arrastro a J. a todos mis nuevos procedimientos y él acepta, resignado más que obediente, a cualquier locura que con un chupachup en la boca -habré ganado en salud pero mi gesto se ha infantilizado. Algo más que una metáfora de la obsesión por una vida sana, me parece- le propongo. Y ahora nos encontramos perdidos entre torrentes de lluvia en unos montes, no cualesquiera, no, que tienen nombre, aguantando el temporal de viento y agua, ocupando el tiempo, y estrenando costumbres, como buenamente podemos. Y hora sí, hora siguiente también, caminamos y caminamos como aborígenes perdidos buscando el trazo de su canción. Cuesta, chorro, revuelta, senda, una y otra vez. Y si la lluvia nos impide salir, que sucede, J me habla de la amenaza de contraer la fiebre de las cabañas, la misma que empujaba a los tramperos a sacarse las tripas con cuchillos de filo en sus peleas, o la misma que convierte en improbable las largas estancias en el espacio. No se dará el caso pero por si las moscas nos observamos a hurtadillas y yo apunto en un cuaderno sus cambios de ánimo. Prefiero dejar constancia escrita. Por si las moscas. Si, ya lo dije.

Mi obediencia llega hasta aquí. Y ya es bastante, me digo. En el resto informo de que ando pasándome por el forro las amenazas de actitud antidemocrática de la que hablan los bardos desafinados de nuestros tiempos, y desde aquí proclamo: apoyo con toda mi alma y mala leche, bastante más densa la segunda que la primera en mí, el escrache. Nuevo palabro que desconocía pero al que comienzo a tomar gusto. Sobre todo desde que hace escocer a la parte contratante, que ya sabemos como se las trae con el lenguaje y sus consignas este gente de bien, desde ese día que nuestra señora de la mantilla, “llámame Cospe, boba”, tuvo a bien explicarnos los entresijos de cierto contrato que no era tal sino parecido sin llegar a ser. Y como escuece, y es la primera vez que veo que sucede desde el principio de esta broma, recuerdo los sabios consejos de mi madre que decía, “hija, si escuece es que está curando. Tú sopla”.

Y eso, yo soplo.

(Pero ya no inhalo.)




"El gran fiasco de la vida es que el tiempo -eso tan sutil- se nos va transformando en peso, mientras que las sutilezas desaparecen."