miércoles, 28 de agosto de 2013

Cuñas estivales: barbechos

Desde entonces, 
luna tras día, 
viento tras noche, 
ligeros o fuertes, 
esperamos. 
René Char 


En el regreso se me ocurre que el barbecho es necesario, dejar reposar un tiempo la tierra, que alcance a dibujar surcos superficiales sobre ella pero no cultivar ni pretender que arraigue nada. Ni siquiera atrapar palabras, sólo las que lleguen al vuelo como estas de hoy -sin mucho ton y menos algún son-.

A la espera y sin embargo entretenida en hacer desaparecer el óxido que, de nuevo y pensaba que ya no, inutiliza las herramientas. La única tarea - y no es poca, a veces pienso-.

O puede que sólo se trate de pereza y lo confunda, yo, tan inclinada al aturdimiento en estos días ¿quién puede saberlo?

Y fueron los Beatles o Siniestro Total –los más coreados- haciendo kilómetros a nuestro lado y la Patagonia lo siguiente como deseo, las niñas enfurruñadas por 10 minutos de menos en la playa, el mar que no termina y las conchas que entorpecen los pies, los tintos blancos o de limón, el deje de las palabras, el libro de Eugenides deleitado y arrugadas sus pastas – cicatrices que sufren los libros viajeros y conmigo todos lo acaban siendo- la sal en el paladar por exceso de pescaito, de nuevo el deje aspirado, reencuentro vital con M y pinta nuestras uñas, urbanizaciones recatadas y piscinas familiares sin desnudos al sol, protectores solares sobre las pecas el más alto, todo es arena pero aqui no rechinan las suelas, y vías verdes con mi Linneo cámara en ristre y sus bichos atardecidos, la de la mochila azul me canta con su mirada risa, y cada noche las cortinas nocturnas al fresco, y un pueblo pintoresco antes de llegar a Córdoba donde encallar el coche, un navegador despistado con tendencia a extraviarnos. Y antes del hedonismo salino fueron las caminatas, más kilómetros y pequeñas ermitas, los páramos que no terminan.

El tiempo de otra manera. Pero ahora azular y planchar todos los caos, que susurraba Vallejo. Esa es la manera que toca. Ya me pongo.




miércoles, 7 de agosto de 2013

Cuñas estivales: sembrando horas

Son los legados del calor, de un verano que se alarga como una siesta deseada y al mismo tiempo inquieta y sudorosa. Mis sensaciones con esta época son siempre contradictorias, no sé a qué atenerme con una estación que obliga a tener en cuenta la luz del sol antes de decidir el siguiente paso a dar, que convierte a un astro en dueño de tus movimientos pero que despierta como pocas los sentidos de la luminosidad y de la noche, la necesidad del movimiento arrojado. No es raro sentirse murciélago estos días.
Un sábado temprano, Giacometti y sus espacios, el taller donde trabajó desde casi sus inicios, un cuchitril de apenas 18 m. tan abarrotado de obras y yeso o lleno de su presencia las veces que es fotografiado en él. Sus dibujos, obsesiones, y esculturas, sobre todas las que estuvo representando desde el final de la 2ª Guerra Mundial, mis preferidas, “me di cuenta que nunca podría hacer otra cosa que una mujer inmóvil y un hombre caminando”. Ese hombre que camina como símbolo de la permanente búsqueda del ser humano hacia el conocimiento, del entendimiento, de la propia vida del artista. O los pies desproporcionados y asentados, fijos, diríase que serenos de sus mujeres. O eso opina J., tan presto a contrarrestar mi feminismo batallador y susceptible incluso en la historia del arte, o sobre todo. El placer de contemplar su trabajo pero también el de pasar un buen rato protegidos por el aire acondicionado de la Fundación Mapfre. La búsqueda de la guarida fresca. Perfecto si además puedo admirar e imaginar.



Pensando en el caminante salimos pero en verano no apetece caminar, no al menos a la tarde y esperas que el sol se retire. Asi que la opción es pasar la tarde en el sofá leyendo o descubriendo series y películas. Entre las series el último descubrimiento que merece la pena, Dates, una serie británica,  nos cuenta el transcurso de primeras citas entre parejas tras encuentros previos por internet. Existencias y relaciones apoyadas en el arte del diálogo y no resulta nada mal. Personajes rotos casi todos, recomponiéndose muchos. Con estas premisas podría parecer una serie más literaria que visual pero no es así, Londres aparece como una ciudad con una fotografía cuidada que provoca imágenes limpias acompañando a los personajes en sus cortejos vitales, no siempre con respecto al otro. Recomendable, me parece, y que provoca que la primera temporada, la única emitida hasta ahora, se haga muy corta y deje con ganas de más.
En fin, me voy, en breve me voy, primera parte de nuestro viaje, tierras sorianas, vegas de Duero y Románico. Para éste me acompañarán Guy Talase y su Vida de escritor y por supuesto, de qué otra forma, Antonio Machado. Me apetece como pocas veces su poesía sencilla y clarificadora. Me estoy haciendo mayor, lo noto en mi huida de experimentaciones varias y literarias. O tal vez sólo sea una etapa, una de tantas, de las muchas que volverán y se irán para volver otra vez. Mi retorno a la poesía está siendo poco a poco. Desde la muerte de S., hace 4 años ya, el tiempo transcurrido sin ganas de leerla, ¿de verdad es tanto? Maldición por todo, por las muertes acumuladas, por la pena mitigada y la extrañeza mantenida. Que continuará inamovible, lo sé. La ridícula idea de no volver a verte, título del último libro de una autora que casa poco con mi gusto y que no he leído -ni leeré-  pero que expresa a la perfección la perplejidad de la que hablaba. La misma que sigue acompañándome.

Debes a aprender a amarme. Los seres humanos
 deben aprender a amar
 la oscuridad y el silencio.

Y pareciera que es la vida quien te advirtiera de eso y no Louise Gluck -sí, sigo con su poemario El iris salvaje o sentirse silvestre aun sin poseer raíces o teniéndolas pero sin hundirlas en la tierra-.
Comienza mi huida para olvidar la severidad del día a día. Voy a mirar y escuchar despacio, muy despacio. Ese es el objetivo.




Hasta pronto.