Agradezco la locura -¿locura? No, la locura debe tener un algo más digno que estas faldas arriba de entendimiento al ras y pueril ciudadanos todos a una- desatada en mi ciudad durante este puente, en el que sin venir a cuento –o sí, el cristiano dicen- se colapsaron las calles y todos los infiernos consumistas quisieron desatarse al tiempo. Agradezco a los cálculos que así por encima marcaron que el número de narcotizados con tendencias suicidas –si no, no lo explico- y sin fobia social –eso será-lograrían colapsar el kilómetro cero. A ropa que hay poca.
Gracias a todos por permitir mi encierro casero que tanto jugo ha dado.
Un libro de Iris Murdoch, otro más, Henry y Cato. La Murdoch tiene a su favor el argumento encadenado y sin fisuras, no necesitar trampas para enredar al lector, unos personajes excéntricos y muy a menudo desastrados en formas sociales y convivencias, la misma incapacidad para ser solos que sociales y un espectro de contradicciones que tanto hacen sonreír como sorprenden. Humanos e ingleses, ingleses y humanos. Y por debajo de la trama - tejida como un jersey de lana gruesa, acogedor pero con picos de electricidad estática- los condicionamientos morales a desarrollar, las encrucijadas al actuar y sus consecuencias. Sin olvidar el humor, negro y caustico, muy de tradición inglesa, dicen.
La mini serie The politicians husband, producida por la BBC. Ambiciones políticas, sus efectos sobre un matrimonio que funcionaba sin fisuras y que deciden dedicarse a la misma actividad ya de por sí tiránica y amoral: la política de altos vuelos. Va más allá, claro, y por primera vez en mucho tiempo veo en imágenes lo que la realidad no deja de mostrarme a cada paso: una mujer ambiciosa no debe serlo de otra forma que las comúnmente aceptadas, esto es, utilizando su cuerpo o a través de un matrimonio conveniente. Pero el empoderamiento es patológicamente sexy y afecta por igual a los dos géneros, sólo que en el femenino sigue estando muy mal visto y poco admitido si de lides en pareja se trata. El resentimiento y la justificación para evitarlo no suele tener límites en un mundo masculino. Tendrá razón mi querida Virginie Despentes, lástima que no sea británica para redondear, cuando aseguraba en su Teoría King Kong:
¿Querer ser un hombre? No me interesa el pene, ni la barba, ni la testosterona, yo tengo todo el coraje y la agresividad que necesito. Pero claro que quiero todo lo que no puedo tener, quiero obtener más de lo que me prometieron al principio. No quiero que me cierren la boca. No quiero que me digan lo que tengo que hacer (…) No quiero huir del conflicto para esconder mi fuerza y evitar perder mi feminidad.
Y terminamos con la película La escalera de Stanley Donen, protagonizada por unos magníficos Rex Harrison y Richard Burton, no sabría con cuál quedarme en sus interpretaciones. Película con risas y muecas en la que los dos protagonistas mantienen una relación amorosa, arriesgada temática para el año 69 cuando fue rodada. No viene mal recordar que la historia homosexual va más allá de los barrios temáticos gays con turistadas programadas, domingueros ilusionados por observar el comportamiento en el hábitat natural de esos maricas y bolleras. O de las luchas por legalizar casorios. Nunca es fácil ser el que debe cubrir las expectativas del poder y sus máscaras progresistas. Y me temo que en este tema como en el femenino queda mucho por conseguir y rascar bajo la mugre social y costumbrista: muy bien si sonríes en la foto pero procura no moverte demasiado y salirte del encuadre. Tu función es otra: depurar la imagen que hicimos para ti con las hechuras ya definidas.
Y lo mismo podría valer para cualquiera que no tenga cuartos, pero esa es otra historia que suele ser espantada con un quitamoscas mugriento porque en este país el que vive en precario siempre es el otro. Y no estamos para reinvidicaciones, mucho menos colectivas, si no llevan un jesusito de la mano o un slogan comercial.